jueves, 10 de febrero de 2011

volver a casa

“Hace varios años, participé en un congreso organizado por un pequeño grupo de científicos que practicaban diariamente la meditación. Hacia el final del cuarto día de reuniones, a lo largo de las cuales cada uno de ellos iba exponiendo con mayor o menor extensión cómo meditaba, les insté a responder a la pregunta de por qué meditaban. Varias respuestas surgieron por parte de diversos miembros del grupo, pero todos nos dimos cuenta de que resultaban insatisfactorias, pues no respondían concretamente a la pregunta. Finalmente, uno de los asistentes dijo: «Es como volver a casa». Un silencio se hizo entonces tras esta afirmación y todos inclinaron calladamente la cabeza en señal de asentimiento. Estaba claro que no era necesario prolongar la encuesta por más tiempo.”

“Esta respuesta a la pregunta «¿por qué meditar?», aparece a lo largo de toda la literatura redactada por quienes se dedican a la práctica de esta disciplina. Meditamos para encontrar, para recuperar, para retornar a algo que alguna vez vaga e inconscientemente poseímos, pero que hemos perdido y no sabemos ya ni qué era ni cuándo o dónde lo perdimos. Podemos definirlo como el acceso a un nivel superior de nuestro potencial humano o como el hecho de estar más unidos a nosotros mismos y a la realidad; también podríamos decir que es el incremento de nuestra capacidad de amor, ánimo y entusiasmo, o el conocimiento de que somos una parte del universo y de que nunca podemos estar enajenados o separados de él. Igualmente podríamos considerarlo como nuestra capacidad para ver y actuar en la realidad de una forma más efectiva.”

“Cuando nos dedicamos a la práctica de la meditación, nos percatamos de que todas estas afirmaciones sobre la meta que se pretende alcanzar tienen idéntico significado. Es esta pérdida, cuyo objeto intentamos recuperar, lo que incita al psicólogo Max Wertheimer a definir al adulto como un «niño degenerado».

Lawrence LeShan:  Cómo meditar  (Ed. Kairós)