sábado, 14 de noviembre de 2009

liberación ***

*** por Francisco Bengochea

El origen del malestar está esencialmente en la incomodidad que genera la tensión nerviosa. Incluso en el dolor físico y la enfermedad, lo que nos hace sufrir realmente no es tanto la sensación en sí como el componente emocional que conlleva la tensión nerviosa.

Ante circunstancias estresoras, el cuerpo responde de forma automática mediante reacciones que ponen al cuerpo en tensión. Esta tensión puede ser disipada posteriormente, o bien puede ser asimilada y entrar a formar parte de la estructura psíquica de la persona. En este caso, la tensión se va acumulando en la mente.

La tensión acumulada no produce malestar de forma continua, sino solamente en las situaciones en las que se manifiesta, que suelen ser nuevas situaciones estresantes. En esos momentos se hace patente la carga de tensión que llevamos con nosotros y que nos puede agobiar en mayor o menor medida. En momentos de calma, distracción o alegría, podemos no sentir esa carga, pero mientras no hagamos algo por aliviarla, seguirá estando ahí.

Para aliviar la carga de tensión acumulada, no basta con entrar en un estado pasajero de relajación; hay que penetrar en un proceso de distensión a largo plazo. Para ello es necesario, primero, conocer la técnica y, después, ponerla en práctica de forma sistemática a lo largo del tiempo.

Para disipar la tensión hay que dejar de sujetarla. En realidad, acumulamos tensión porque nosotros mismos la retenemos y no dejamos que se deshaga salvo en determinadas ocasiones. Ello, desde luego, se produce de forma automática e inconsciente, y suele ser muy difícil revertir el proceso de forma consciente y voluntaria. Por más esfuerzos que hacemos, no podemos relajarnos.

La técnica que emplea el budismo consiste en quedarse quieto sin hacer nada, y abandonarse a lo que surja. De este modo, dejamos que sea la propia tensión la que se mueva por sí misma, en lugar de actuar sobre ella. Así, por su propia naturaleza, la tensión empieza a deshacerse por sí sola. Hacen falta tan sólo dos cosas: un lugar apropiado en el que podamos adoptar una postura relajada, y tiempo, que puede consistir en muchas horas de práctica sistemática.

Además, es necesaria una actitud adecuada, que ha de ser, sobre todo al principio, de determinación, de voluntad de alcanzar una liberación plena de nuestro sufrimiento. Hay que practicar con valor y no asustarse o echarse atrás ante las nuevas emociones que van apareciendo, en un proceso que es totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados.

Practicando entre media hora y varias horas al día (o lo que se pueda), en poco tiempo empezaremos a sentir un profundo alivio de males que hemos estado sufriendo toda la vida, y entraremos en una dinámica nueva que nos llevará por senderos hasta ahora desconocidos e inimaginados.