“Una primera dimensión subyacente y “bipolar” de toda meditación transcurre entre la “no-acción” y el “dejarse-ir”. En un polo, el de la “no-acción”, se halla el “calmar la mente”. Es la inhibición de la actividad, que incluye la relajación física, la pacificación de las emociones y el silenciamiento de los propios pensamientos, diálogos internos y fantasías. Se podría decir que aquí el meditante es invitado a identificarse con el “motor inmóvil”, con el centro silencioso de la creación.”
“En el otro polo, el del “dejarse-ir”, se destaca la entrega a un proceso de ausencia de ego, de manera semejante a lo que tiene lugar en los trances chamanísticos y proféticos o en las artes taoístas y del zen. Se podría decir que, aquí, se trata de una invitación a participar en la “danza cósmica”.
“Ambos caminos no son contradictorios sino complementarios. El “des-apego”, típico resultado de la meditación, es ocasionado tanto por la “detención” de la “no-acción”, como por el “fluir” del “dejarse-ir”. Cualquier meditante avanzado conoce un estado en el que se unen la calma y la libertad interna. Por ejemplo, cuando un individuo, en este ejercicio, se entrega a una espontaneidad desprovista de ego, que equivale a un “dejarse-ir”, esto mismo le conduce al silenciamiento de la mente o “no-acción”.
Eduardo Pintos Vilariño: Psicología transpersonal. Conciencia y meditación (Ed. Plaza y Valdés)

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